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La casa de Cármen: realidades que convergen

Cármen tiene 15 años, es de Paraguay y tiene una hermosa bebé de un año y medio. Cuatro años atrás, llegaron de Paraguay y se mudaron con su mamá Rosa, su hermano, su abuela discapacitada, su tío y otros parientes a la Villa 31. Hace aproximadamente un año que se mudaron de ahí porque era un lugar muy peligroso y ruidoso. En José C. Paz hay menos ruido y menos inseguridad... lo que no significa que sea seguro.

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El barrio es grande. Hay terrenos amplios, casas grandes, casas chicas, intentos de casa y terrenos vacíos. Hay plazas, con algún que otro arco, veredas rodeadas de zanjas y césped un poco descuidado. Los negocios, la escuela, las facilidades del barrio y el colectivo están en la zona más céntrica,  de fácil acceso para quienes viven cerca pero un poco complicado para quienes viven más alejados, sobre todo considerando que cuando llueve mucho, dos arroyos se desbordan e inundan las manzanas, excluyendo a los vecinos más alejados de la zona más segura.

Cármen y su familia viven en una de las manzanas más alejadas, a unos 10 metros de uno de los arroyos que se desbordan. Está bastante contaminado, lleno de basura y de desechos de los pozos ciegos de las casas que desembocan ahí. El ruido a lluvia sobre la chapa nunca es buen sonido para dormir, ya que cada vez que llueve y el arroyo desborda, la casa se inunda a tal punto que el agua les llega a las rodillas. Afortunadamente pueden cortar la luz, un servicio clave pero que podría volverse el peor enemigo en uno de estos casos. Rosa nos mostró un video que filmó con su celular una semana antes de la construcción, donde pudimos ver cómo con sólo haber llovido una hora, la casa, ella, su mamá discapacitada, sus hijos, su cuñado y su nieta, tenían que permanecer bajo agua, sin tener a donde ir.


A veces, después de estas inundaciones, les llega ayuda social, algún colchón, comida o ropa. Por suerte la mayoría de las veces no les piden nada a cambio. Ojalá sucediera así en muchos otros barrios, donde la ayuda social va ligada a la obligación de asistir a actos políticos y la amenaza, incluso de muerte, si no se suman a los partidos que otorgan los beneficios. Jugar con la necesidad de la gente en estado de #vulnerabilidad extrema es una de las armas de manipulación más poderosas.

Afortunadamente, la casa que fuimos a construir está elevada sobre pilotes, de modo que la lluvia ya no generará tantos estragos y servirá de refugio para ese tipo de casos. En esa casa van a vivir Cármen, su bebé y su hermano. Ella es bastante tímida, pero todo cambia una vez que se rompe el hielo. Haber terminado el primer día a buen ritmo, nos dio lugar a una hora y pico de mates y charla. Cármen nos contó que va a la escuela, que le gusta y que le encanta bailar. Va a clases de baile en el barrio y nos mostró un video donde bailó en un escenario junto con compañeras suyas para un festejo del día del niño que hicieron en la plaza central. Una reina y una nena-adulta llena de amor. Fiel a su madre, su hija es una bailarina nata y cada vez que Cármen tiene una actuación, Rosa le cose el traje, a ella, a sus compañeras y uno igual pero en miniatura para la bebé. También tiene trajes de danza paraguaya, que con gusto trajo para desplegarlos y lucirlos. Dice que ama bailar todo tipo de estilos.

Rosa trabaja cuidando a una nena en su casa, ella tiene que quedarse ahí porque tiene que cuidar también a su mamá, que tiene que caminar con bastón y moverse muy despacito cada vez que quiere hacerlo. Su hijo y su cuñado son albañiles, de modo que humillan a todos a la hora de hacer pozos y clavar clavos. Ellos son muy callados, pero escuchan con atención y trabajan a una velocidad que si se los deja terminarían la casa en medio día. Trabajan lejos del barrio, muchas veces en la capital, de modo que para llegar temprano al trabajo tienen que levantarse a las 4.25 am y vuelven a casa a eso de las 9 pm.

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Como la construcción fue con voluntarios de empresas, es decir, empresas que participan en un programa donde pagan casas de Techo y sus empleados pueden ir a construir, es interesante notar los contrastes. Conocer realidades y contextos diferentes muchas veces hace que las quejas y problemas de oficinistas tomen otra magnitud y se ubiquen en un lugar diferente al que suelen ocupar.

Yo creo que lo más interesante de compartir un fin de semana con adultos que trabajan en oficinas unas 40 horas por semana es lograr ver cómo cada uno se coloca en un lugar de empatía y de compasión, no de lástima. Conocer que hay personas que trabajan sin parar, sin bajar la cabeza, sin resignarse y luchando cada día hasta con problemas que uno jamás se plantea, como el hecho de mojarse cuando llueve o no poder pegarse una ducha de agua caliente una vez que ya se mojó, logra hacer entender que a veces no son las personas las que no quieren progresar, sino que es el sistema en el que están inmersos que no permite que lo hagan.

Y así mismo, ni quienes más la tienen que luchar por estar excluidos del sistema, ni quienes más inmersos en el sistema están, van a poder cambiar la realidad si no es en conjunto. Para progresar como personas, como profesionales, como comunidad, como país o como raza humana si se quiere, es completamente necesario hacerlo en conjunto. El individualismo no lleva a nada, porque incluso por más que uno quiera progresar individualmente y a toda costa, vivimos en sociedad, y la sociedad está compuesta por personas. Personas que ocupan cargos gubernamentales, personas que no, personas que trabajan en oficinas, personas que limpian casas, personas que trabajan en campos, personas que estudian, personas que trabajan en obras, personas que ignoran que existe una realidad más allá de la propia, personas cuyos derechos se ven violados todos los días, e incontables tipos de personas. Y si esas personas no la pasan bien, la sociedad nunca va a evolucionar. Todos tenemos que tirar para el mismo lado, y no esperar a que venga una mano gigante y arrastre a todos los agentes hacia el bien común, porque eso jamás va a suceder.

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Las cosas se pueden cambiar, sólo hace falta aún más gente que esté dispuesta a poner manos a la obra para hacerlo. Las cosas están cambiando para bien, estoy convencida de eso y esa es la realidad bajo la cual decido vivir. Realidad, como personas, hay millones. Hay realidades más difíciles, hay realidades más cómodas, hay realidades inimaginadas, otras surrealistas, pesimistas, optimistas, la realidad es que hay millones de realidades. Mi realidad es que conocer las realidades difíciles me motiva a buscar soluciones, a conectar personas que sé que pueden contribuir a que se produzcan cambios, a conocer cómo se resuelven los mismos problemas en otras partes del mundo, a denunciar la situación bajo la que viven millones de personas en Argentina, en Latinoamérica y en todo el mundo, a desmentir prejuicios y a mostrar, bajo mi humilde aporte, lo que creo que merece ser contado.

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